Los eventos acontecidos en el Oriente Medio desde hace un poco más de un mes han sido una epifanía, una verdadera revelación para todos. Hemos visto que varios presidentes o dirigentes vitalicios quienes supuestamente habían logrado su apoteosis han sido traídos de nuevo al mundo terrenal, y luego expulsados de su territorio por quienes supuestamente eran sus fieles súbditos y creyentes. A mi juicio es todavía imposible predecir el futuro de las revoluciones que triunfaron en Túnez y en Egipto, y la que espero se alce con la victoria en Libia. Sin embargo, me parece que lo ocurrido es valioso para toda la humanidad, y que debería obligar a meditar a los aspirantes a dirigentes vitalicios, a los dictadores con disfraz de dirigentes demócratas, en nuestro continente. Además pone de manifiesto que hay derechos universales, aspiraciones e ilusiones compartidos por todos. Finalmente evidencia el impacto de la arrolladora y triunfante corriente que impulsa la globalización. Veamos por qué.
Por largo tiempo muchos han sostenido que los conceptos que forman la base de nuestros derechos como personas, tales como el derecho a la vida, la libertad y la propiedad, así como el derecho al gobierno democrático, son producto de nuestra cultura occidental. Siendo esto así, no pueden ser entonces aplicados universalmente. Es decir, los derechos son específicos y derivados de la cultura de los pueblos y por tanto no pueden ser universales. Este argumento se utilizó para justificar el monopartidismo en África por varias generaciones, y fue la base de la crítica a algunos dirigentes occidentales a quienes se les acusó de pretender “imponer” esos conceptos a otras naciones y culturas. Se llegó al extremo de aseverar, como crítica a esos dirigentes, que” la democracia no es exportable”. Los recientes eventos del Oriente Medio son una categórica refutación de tal aseveración. Lo que ponen de manifiesto es que el espíritu humano es único y universal, y que la libertad y la democracia están íntimamente ligados y son universales. Por supuesto que sobreviven aún regímenes que niegan la libertad del pueblo, aún en nuestro continente, pero cada día que pasa se pone de manifiesto su anacronismo y su ilegitimidad. Como soy un inveterado optimista, estoy convencido que en los próximos veinte a treinta años veremos un mundo integrado casi totalmente por países gobernados democráticamente. Me parece fácil predecir que en nuestro continente todos los gobiernos serán democráticos en unos pocos años más.
Lo que también resulta ser un fenómeno interesante es que las revoluciones del Oriente Medio parecieran ser espontáneas. Es difícil identificar a un líder, o a un conjunto de líderes. Simplemente se trata de enormes grupos de personas, principalmente profesionales y de trabajadores de clase media que han coincidido en un ansia de libertad y democracia. Hasta ahora han sido revoluciones en búsqueda de líderes. En algunos casos, como en Túnez, el ahora líder póstumo se inmoló a causa de su desesperación por su desempleo, antes de que se iniciara la revolución. Algunos arguyen que los llamados “medios de comunicación social”, es decir el internet, Facebook y Twitter, han sido los facilitadores de las revoluciones. Otros rechazan esa idea señalando los muy bajos índices de penetración del internet en esos países. Sin embargo, una baja penetración en el ámbito nacional no implica una baja penetración en los segmentos de la población que ansían la transformación y el cambio. Lo que nadie parece dudar es que mientras los medios tradicionales, en particular los periódicos publicados en papel, cada vez llegan a menos personas, los medios de comunicación social, incluyendo los diarios electrónicos, cada día son más influyentes y circulan globalmente. En ese sentido, las recientes revoluciones son, al menos parcialmente, criaturas de la globalización. Como resultado, es de esperar que los regímenes dictatoriales y autocráticos tomen medidas, cada vez más duras, para evitar que sus pueblos tengan acceso a esos medios. Uno podrá medir fácilmente la libertad en un país por las restricciones y obstáculos que los gobernantes impongan a los medios de comunicación social.
En cuanto a los aspirantes y practicantes de la autocracia y la dictadura en nuestro continente, lo prudente sería que comenzaran a tomar medidas para entregar el poder y hacerse a un lado. Eso es preferible a sufrir la suerte que enfrenta Gadafi, quien ni siquiera puede aspirar a tener un exilio dorado. Si encuentra un país que le conceda asilo (y sería una vergüenza que se le concediera en nuestro continente) siempre vivirá con la casi certeza que se le juzgará y condenará en la Corte Internacional Penal. La historia nos demuestra que las personas están dispuestas a temporalmente supeditar sus derechos ciudadanos a una mejoría sustancial en su situación económica. China es la mejor prueba de esto. Sin embargo, en nuestro continente los gobernantes autocráticos o dictatoriales han profundizado la pobreza de sus pueblos. Las revoluciones del Oriente Medio ponen de manifiesto que esas situaciones son insostenibles. También reafirman las sabias palabras de mi madre que decía que “no hay mal que dure cien años, ni pueblo que lo aguante”. Los vientos del cambio soplan en otras latitudes, y como vientos, tarde o temprano llegarán a nuestra América. Me atrevo a pensar que llegarán temprano y que veremos el sol de la libertad y la democracia resplandecer en todo nuestro continente.