lunes, 23 de mayo de 2011

AUTORIDAD MORAL

Durante la última semana varias noticias acapararon la atención mundial, entre ellas la acusación de abuso sexual presentada en contra de Dominique Strauss Kahn, el entonces Director Gerente del Fondo Monetario Internacional.  Hasta ese momento Strauss Kahn era considerado un excelente economista y político.  De lo primero ha dado fe el Ministro de Hacienda de Brasil quien ha manifestado que el Fondo tuvo un renacimiento durante la dirección de Strauss Kahn, en parte por la forma como apoyó a varios países para remontar la crisis financiera que nos afectó a partir del 2009.  De lo segundo daban fe los politólogos que lo consideraban el virtual portaestandarte del partido Socialista en las próximas elecciones francesas y el casi seguro vencedor en esa contienda.  Pocas veces se ha visto un cambio tan radical de fortuna.  En efecto, Strauss Kahn pasó, de un día para otro, de ser una persona ampliamente admirada y respetada, el símbolo del éxito secular, a ser un acusado de un delito de abuso sexual, mostrado a la prensa esposado, lúgubre y apagado.


Las reacciones a su acusación y arresto han sido variadas, aunque tal vez predecibles.  Para los socialistas franceses, quienes ya se consideraban el partido en el poder, el golpe ha sido fulminante.  Independientemente de lo que suceda en el juicio que se le seguirá en Nueva York, ya no podrá aspirar a la candidatura del partido.  En su frustración han inventado conspiraciones y criticado a la justicia de Estados Unidos por la forma como, según ellos, ha humillado y maltratado a Strauss Kahn. Por supuesto que convenientemente ignoran que así trata la justicia de New York a todos los acusados de ese delito, así que no puede alegarse que ha recibido tratamiento discriminatorio.  En efecto, allá se trata igual a todos, independientemente de su posición económica y social, lo cual lleva a preguntar si en Francia habría ocurrido lo mismo o se hubiera buscado la forma de proteger la “privacidad” del personaje.  Al final, y siendo optimista, esta experiencia podría servir para que los franceses reflexionen y adopten las medidas que otros han tomado para asegurar que la justicia sea realmente ciega.


No deja también de ser interesante ver como los socialistas habían fijado todas sus esperanzas en un candidato muy rico y que vivía espléndidamente.  De hecho, la habitación que alquilaba en el Hotel Sofitel costaba tres mil dólares diarios.  ¿Será tal la bancarrota moral de los socialistas?  Solo nos recuerda a nuestra América donde los líderes “socialistas”, incluido nuestro ex Presidente, viven muy bien a expensas de otros.  Debe ser agradable para algunos vivir como reyes mientras promueven que los bienes de otros sean tomados para beneficiar a “las grandes mayorías”.  Esas son las contradicciones de la “izquierda” de nuestros días.

En nuestra Honduras, la noticia también tuvo repercusiones y un segmento de nuestra prensa, los chabacanos, se dedicaron a cuestionar la “autoridad moral” del Fondo para proponer “recetas” a la luz del comportamiento de Strauss Kahn.  La “autoridad” del Fondo, que no es “moral”, proviene de la calidad de sus “recetas” y no del comportamiento de su personal o su Director Gerente.  Si sus análisis convincentemente demuestran que las políticas empleadas por un país inexorablemente conducen a la hiperinflación y a la quiebra de la nación, poco o nada agrega a esto la conducta personal de su personal o sus Directivos.  Solo a parte de nuestra prensa, empeñada, por ignorancia o pereza mental, en discutir el mensajero y no el mensaje se le ocurre que en nuestras discusiones con el Fondo puede recurrirse a cuestionar su “autoridad moral”.  No dudo que el ex Presidente Zelaya y algunos de sus funcionarios hubieran enarbolado esa misma bandera, pero eso solo confirma que la chabacanería reinó en esa Administración.
Para sacar algún provecho de la lamentable caída de Strauss Kahn  cabe recordar que el Fondo fue creado después del final de la Segunda Guerra Mundial con el propósito de  reconstruir las economías dañadas, para lo cual se le encargó la supervisión del sistema monetario internacional.  Estos e hizo con el  fin de asegurar la estabilidad del sistema cambiario y promover eliminación de las restricciones al comercio internacional.  Posteriormente  el Fondo a poyó a los países para hacer frente al alza en los precios del petróleo que se dieron a mediados y finales de la década de los setenta, y que culminó con una crisis de deuda internacional.  Subsecuentemente facilitó la conversión de las economías que anteriormente formaban parte del imperio soviético y últimamente ha estado dedicado a apoyar en el diseño para controlar los flujos financieros internacionales y en las medidas diseñadas para que la economía global pueda recuperarse del impacto de la crisis financiera.  En otras palabras, el Fondo no fue creado para combatir la pobreza, esa es tarea del Banco Mundial, sino que para asegurar la estabilidad de la economía mundial. 

Claramente que hay economías que son sistémicamente importantes, es decir, su estado afecta clara y directamente el estado de la economía global.  La nuestra no es una de esas economías.  Por el contrario, la nuestra, al igual que en el caso de muchas otras economías pequeñas, es irrelevante para los propósitos de la economía y el comercio global.  En ese sentido, la economía global, y el Fondo Monetario, no nos necesitan tanto como nosotros los necesitamos a ellos.  Sin el sello de “buena administración” que implica contar con un acuerdo con el Fondo es mucho más difícil lograr los niveles de inversión y de generación de empleo que necesitamos para superar nuestra pobreza.  En realidad, lo que siempre ha estado en juego es nuestra “autoridad moral” para cuestionar análisis serios sobre el estado de nuestra economía y el impacto que sobre ella tienen las medidas demagógicas y populistas que suelen tomar los políticos.

domingo, 1 de mayo de 2011

ALIMENTOS Y DEMAGOGIA


Recientemente se ha dado un significativo aumento en los precios de los alimentos.  En efecto, han llegado a precios históricamente altos.  Se dice que esto es consecuencia de malas cosechas producto de problemas climáticos; otros aseguran que se trata de especuladores que utilizan las bolsas de valores para obtener pingües ganancias, mientras que otros culpan a la producción de biocombustibles.  Cualquiera que sea la razón, lo que es cierto es que los gobiernos se sienten obligados a actuar en estos casos para, supuestamente, proteger a los pobres.  Después de todo, para los pobres se trata de un tema de hambre, en el mejor de los casos, o de muerte en el peor de los casos.  En su afán por proteger a los pobres, algunos gobiernos prohíben la exportación de alimentos y otros además congelan el precio de los mismos en sus mercados internos.  Con esto, piensan, se resolverá el problema y se protegerá a los pobres.  Pero, ¿será esto realmente así, o se trata simplemente de demagogia y de quimeras?  Me temo que se trate de esto último.  Veamos por qué.

El reto en realidad es como proteger a los pobres sin desincentivar la producción agrícola, ya que todos deseamos que nuestro país pueda producir los alimentos que necesitamos para consumo interno, e incluso para exportar.  En este contexto resulta evidente que la política de prohibir la exportación y congelar precios no genera confianza, y perjudica económicamente a los productores.  En efecto, cuando los precios son bajos no protegemos, ni apoyamos, a nuestros productores, y cuando los precios son altos les impedimos que se resarzan de los años y las cosechas malas.  En estas condiciones, es difícil, por no decir imposible, pensar que nuestros agricultores invertirán lo necesario para producir lo que nuestro país requiere para alimentarse o para exportar.  Más aún, se siente engañados y maltratados por sus gobiernos y la desconfianza no genera inversión y producción.  En resumen, el prohibir la exportación y controlar los precios a los agricultores seguramente generará escasez en el futuro.  Nunca se podrá hablar de suficiencia alimentaria cuando se recurre a esas políticas demagógicas que solo daño causan a los productores y al país.

Por otro lado, cuando se aplica esas políticas, los beneficiados no son solo los pobres, sino que todos aquellos que compramos alimentos, independientemente de nuestro nivel económico.  Es decir, se trata de un subsidio indiscriminado, un subsidio al producto, que beneficia a ricos y pobres.  Es evidente que no tiene sentido subsidiar a los ricos a expensas de los agricultores, pero eso es lo que produce esta política demagógica.  En efecto, se trata de una injusticia que además asegura que el país no producirá los alimentos que necesita.

Por supuesto que es absolutamente válido proteger a los pobres y los desvalidos, pero el reto es como hacerlo sin afectar a los productores y sin subsidiar a los ricos, y la respuesta reside en financiar a las personas, y no al producto.  Es decir, en lugar de prohibir la exportación, y controlar los precios, se procede a otorgar un subsidio a los pobres para que puedan hacer frente al alza en los precios de los alimentos.  Se trata pues de universalizar el Bono Diez Mil de tal forma que lo reciban los pobres rurales y los urbanos, y en el caso de los pobres urbanos es muy fácil hacerlo basándose en su consumo eléctrico, es decir, recurriendo a una nueva versión de lo que fue el Bono Ochenta.

Si adoptamos esta senda entonces subsidiaremos a los pobres, y solo a los pobres, y no afectaremos a los productores agrícolas, quienes viendo su trabajo bien remunerado procederán a producir más, con lo que los precios bajarán y se abastecerá el mercado nacional.  Es decir, ganamos todos.  En efecto, pasamos de un juego suma cero, donde para que ganaran los consumidores pobres era necesario que perdieran los productores agrícolas, a un juego donde ambos ganan.  Los únicos que pierden son los ricos, quienes no serán subsidiados, pero la justicia y la moral nos dice que no se justifica subsidiarlos.

Ojalá que en nuestro país impere la lógica y la moral y que no sucumbamos a la demagogia y la injusticia.  La situación es clara.  Si queremos proteger a los pobres y asegurar el abastecimiento de alimentos, entonces debemos optar por una solución que beneficie a todos, excepto a los ricos, quienes en todo caso no necesitan de un subsidio.