domingo, 1 de mayo de 2011

ALIMENTOS Y DEMAGOGIA


Recientemente se ha dado un significativo aumento en los precios de los alimentos.  En efecto, han llegado a precios históricamente altos.  Se dice que esto es consecuencia de malas cosechas producto de problemas climáticos; otros aseguran que se trata de especuladores que utilizan las bolsas de valores para obtener pingües ganancias, mientras que otros culpan a la producción de biocombustibles.  Cualquiera que sea la razón, lo que es cierto es que los gobiernos se sienten obligados a actuar en estos casos para, supuestamente, proteger a los pobres.  Después de todo, para los pobres se trata de un tema de hambre, en el mejor de los casos, o de muerte en el peor de los casos.  En su afán por proteger a los pobres, algunos gobiernos prohíben la exportación de alimentos y otros además congelan el precio de los mismos en sus mercados internos.  Con esto, piensan, se resolverá el problema y se protegerá a los pobres.  Pero, ¿será esto realmente así, o se trata simplemente de demagogia y de quimeras?  Me temo que se trate de esto último.  Veamos por qué.

El reto en realidad es como proteger a los pobres sin desincentivar la producción agrícola, ya que todos deseamos que nuestro país pueda producir los alimentos que necesitamos para consumo interno, e incluso para exportar.  En este contexto resulta evidente que la política de prohibir la exportación y congelar precios no genera confianza, y perjudica económicamente a los productores.  En efecto, cuando los precios son bajos no protegemos, ni apoyamos, a nuestros productores, y cuando los precios son altos les impedimos que se resarzan de los años y las cosechas malas.  En estas condiciones, es difícil, por no decir imposible, pensar que nuestros agricultores invertirán lo necesario para producir lo que nuestro país requiere para alimentarse o para exportar.  Más aún, se siente engañados y maltratados por sus gobiernos y la desconfianza no genera inversión y producción.  En resumen, el prohibir la exportación y controlar los precios a los agricultores seguramente generará escasez en el futuro.  Nunca se podrá hablar de suficiencia alimentaria cuando se recurre a esas políticas demagógicas que solo daño causan a los productores y al país.

Por otro lado, cuando se aplica esas políticas, los beneficiados no son solo los pobres, sino que todos aquellos que compramos alimentos, independientemente de nuestro nivel económico.  Es decir, se trata de un subsidio indiscriminado, un subsidio al producto, que beneficia a ricos y pobres.  Es evidente que no tiene sentido subsidiar a los ricos a expensas de los agricultores, pero eso es lo que produce esta política demagógica.  En efecto, se trata de una injusticia que además asegura que el país no producirá los alimentos que necesita.

Por supuesto que es absolutamente válido proteger a los pobres y los desvalidos, pero el reto es como hacerlo sin afectar a los productores y sin subsidiar a los ricos, y la respuesta reside en financiar a las personas, y no al producto.  Es decir, en lugar de prohibir la exportación, y controlar los precios, se procede a otorgar un subsidio a los pobres para que puedan hacer frente al alza en los precios de los alimentos.  Se trata pues de universalizar el Bono Diez Mil de tal forma que lo reciban los pobres rurales y los urbanos, y en el caso de los pobres urbanos es muy fácil hacerlo basándose en su consumo eléctrico, es decir, recurriendo a una nueva versión de lo que fue el Bono Ochenta.

Si adoptamos esta senda entonces subsidiaremos a los pobres, y solo a los pobres, y no afectaremos a los productores agrícolas, quienes viendo su trabajo bien remunerado procederán a producir más, con lo que los precios bajarán y se abastecerá el mercado nacional.  Es decir, ganamos todos.  En efecto, pasamos de un juego suma cero, donde para que ganaran los consumidores pobres era necesario que perdieran los productores agrícolas, a un juego donde ambos ganan.  Los únicos que pierden son los ricos, quienes no serán subsidiados, pero la justicia y la moral nos dice que no se justifica subsidiarlos.

Ojalá que en nuestro país impere la lógica y la moral y que no sucumbamos a la demagogia y la injusticia.  La situación es clara.  Si queremos proteger a los pobres y asegurar el abastecimiento de alimentos, entonces debemos optar por una solución que beneficie a todos, excepto a los ricos, quienes en todo caso no necesitan de un subsidio.

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