El asesinato de Ángel Alfredo Villatoro ha conmovido a la nación. Hemos perdido parte de nuestra conciencia colectiva. Alfredo fue un paladín de la verdad y un modelo para todos. Quienes
tuvimos el honor de conocerle sabemos de sus virtudes, de su honestidad
y franqueza, de su compromiso con nuestra patria y con la verdad. Ahora solo podemos, tristes y acongojados, agradecerle su amistad y su ejemplo. Solo podemos recordar que libró una buena batalla y que supo vivir en paz con su conciencia y predicando con el ejemplo. Gracias, Alfredo. Te recordaremos siempre con mucho cariño y agradecimiento. Sabemos que Dios te tiene con Él, y pedimos resignación cristiana para tu familia.
Quienes
asesinaron a Alfredo saben que han asestado un duro golpe a la libertad
de expresión y han debilitado la esperanza que abrigamos y que nos
permite creer que podremos ganarle la batalla al mal y al crimen
organizado. La lista de periodistas y comunicadores
sociales asesinados en nuestro país crece cotidianamente y transmite un
mensaje de vulnerabilidad y fragilidad al gremio. Saben
que el estado es incapaz de protegerles y que por tanto están expuestos
continuamente al crimen organizado, al narcotráfico y a quienes se
sienten afectados por sus investigaciones y críticas. En otros países, donde se da o se ha dado una situación similar, muchos periodistas han optado por la
autocensura, suprimiendo ciertas noticias y no involucrándose en investigaciones que pueden resultar incómodas para algunos. De
esta forma la libertad de expresión y el derecho a la información
menguan y eventualmente se extinguen, y en el proceso la sociedad se
empobrece espiritual y moralmente. Todos resultamos perdedores. Es
fácil denunciar a quienes optan por la autocensura, pero ¿actuaríamos
de manera diferente si nos tocara personalmente el problema? ¿Tendríamos el valor y el coraje de Alfredo, o buscaríamos una senda menos arriesgada? Cada
quien podrá contestar estas preguntas en la intimidad de su conciencia,
pero a la vez resulta evidente cual debería ser la respuesta si
deseamos honrar la memoria de
Alfredo.
La
angustia y el dolor que genera la pérdida de Alfredo deben también
movernos a pensar en los familiares de las múltiples víctimas de la
violencia y el crimen. La pasmosa y horrorosa situación
que vive nuestro país nos asegura que diariamente lloran y sufren
decenas de personas por la muerte trágica de un familiar o amigo. Muchas
de las víctimas pasan casi desapercibidas; no fueron actores o actrices
reconocidos en el escenario nacional, pero no por eso dejan de ser
preciosas vidas consumidas por la vorágine del crimen y la violencia que
nos azota inmisericordemente. Como he dicho en otras oportunidades, siento que marchamos hacia un estado fallido, un estado que no controla su
territorio y que no puede proteger la vida y los derechos de sus ciudadanos. Hacia un estado que pierde legitimidad y carece de razón de ser.
Para
colmo de males, los políticos y los grupos de presión parecen no
enterarse de la gravedad del problema, o si lo hacen, parece que su
única preocupación es su ganancia personal. Pareciera que sienten que el caos facilita la consecución de sus metas. Los dirigentes magisteriales siguen presionando por aumentar sus privilegios. Los transportistas se oponen a un proyecto de reconocido beneficio social por preservar o mejorar su posición. Los políticos usan a los transportistas para sacar ventaja a sus contrincantes. Todos estos grupos están obsesionados con arrebatar una tajada grande de un magro
pastel. En lugar de forjar un compromiso por hacer crecer
el pastel y luego obtener un pedazo de una torta mucho más grande se
empecinan en definir un juego suma cero, donde lo que gana uno es igual a
lo que pierde el otro y con sus nefastas acciones aseguran que la
vianda que apetecen continuará siendo escuálida.
Así es como estamos. Angustiados por la pérdida de valiosos y apreciados miembros de nuestra familia o de nuestra sociedad. Acongojados
porque sentimos que la situación desmejora día a día, sin perfilarse
ninguna acción que nos brinde un hálito de esperanza. Desesperanzados
porque no vemos, en el ámbito internacional o nacional, que se perfile
el tipo de liderazgo que nos permita atrevernos a ser optimistas. Desde
el cielo, Alfredo Villatoro y Alfredo Landaverde verán la tragedia que
abate a nuestra nación y sufrirán con empatía nuestro padecer. Seguramente
que pedirán a Dios que ablande
nuestros corazones para que antepongamos el bien común al interés
personal, pero la libertad que Dios nos concedió al crearnos implica que
al final la decisión es nuestra. Ellos y muchos otros rogaremos porque Dios nos ilumine y porque abramos nuestros corazones a sus palabras. Solo así lograremos salir de estas honduras.
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