Si comparamos nuestro
sistema electoral con el de nuestros vecinos concluiremos que el nuestro es más
abierto y democrático. Además de que
utilizamos las fotografías de los candidatos,
y podemos cruzar planillas y partidos, contamos con el sistema de
elecciones internas. Estas elecciones,
si son conducidas de manera transparente y honesta, brindan oportunidad a todos
los interesados para postularse como candidatos, y de esa manera poner a prueba
su popularidad y liderazgo. Al final, si el proceso es transparente y
honesto, los perdedores terminan apoyando al triunfador y los partidos se
fortalecen. Otros mecanismos, como la
selección del candidato por una convención, o por un grupo de notables del partido,
siempre generan una percepción de manipulación e imposición. Consecuentemente, los perdedores se frustran
y típicamente terminan creando otros partidos para impulsar su candidatura, con
lo cual el sistema político se llena de múltiples y débiles partidos. Por esta razón, me parece que el sistema de
elecciones internas ha sido un acierto para nuestro país, siempre y cuando el proceso se conduzca transparente y honestamente.
Cuando se percibe que
el proceso fue deshonesto y manipulado, entonces en lugar de fortalecer el
sistema político, las elecciones internas terminan debilitándolo. Esto es lo que, lamentablemente, ha sucedido
recientemente en nuestro país. Yo no
puedo afirmar que el proceso fue deshonesto.
Simplemente no lo sé. Sin
embargo, muchas personas están convencidas de que hubo manipulación e
imposición, y no hay forma de convencerles de lo contrario. Pero, si el sistema de elecciones internas es
tan importante, ¿no deberíamos acordar protegerlo para asegurar que no sea
manipulado y trastocado? Por supuesto
que sí, pero no es fácil lograrlo porque, una vez más, para ello es necesario quitarles
a los políticos el control del proceso.
Permítanme explicar por qué.
Adán Palacios, un
verdadero conocedor de nuestra política y nuestros políticos, lo ha dicho. Para rescatar la credibilidad del proceso
electoral en general, y de las
elecciones internas en particular, es menester sacar a los políticos del TSE y
del RNP. No hay razón lógica para que
los políticos controlen el proceso electoral. De hecho, en los países avanzados los
políticos no controlan el proceso electoral.
Es un reflejo de nuestro subdesarrollo el que hayamos confiado el
proceso a los políticos. En nuestro país
los partidos tradicionales han celebrado, casi siempre, sus elecciones internas
simultáneamente, para así dar la imagen de un alto nivel de participación. Hasta recientemente el TSE tenía poca
participación en este proceso y los partidos incluso acordaban inflar la
votación en las elecciones internas para nuevamente transmitir la imagen de
mucho entusiasmo y participación de sus militantes. Recuerdo que en las elecciones internas,
cuando me tocó representar a Ricardo Maduro porque los liberales usaron el
poder para impedir su inscripción como precandidato, decidimos celebrar
nuestras elecciones internas en una fecha diferente a la que habían anunciado
los liberales. Nunca olvidaré la reacción de sorpresa y desagrado del dirigente
liberal con quien tratábamos de coordinar las fechas cuando le informamos que
nuestras elecciones internas no coincidirían con la de ellos. Tal y como ellos temían, sus elecciones
internas se vieron desoladas y aburridas, mientras que las nuestras fueron muy
concurridas y alegres. Al final, cuando
era evidente que nuestro movimiento había ganado ampliamente, me llamaron para
preguntarme si queríamos inflar el resultado.
Mi respuesta fue que no tenía sentido empañar un resultado que de
cualquier forma era ampliamente beneficioso para nosotros. Sin embargo, ese tipo de actitud prevalece
cuando los políticos controlan el proceso electoral y por ello terminan minando
su credibilidad. Para los políticos lo
prioritario es el triunfo de su partido; todo lo demás, incluida la honestidad,
y la credibilidad, del proceso, son absolutamente irrelevantes y
subsidiarias. Los intereses y los
incentivos de los políticos son otros y no debemos por tanto suponer que
antepondrán la pureza del proceso electoral a sus intereses personales o los de
su partido.
Para asegurar, en la
medida de lo posible, la credibilidad del proceso, tanto el TSE, como el RNP,
deben ser manejados por ciudadanos notables, sin militancia política activa,
seleccionados de una lista propuesta por una Junta Nominadora de la sociedad. Los partidos políticos pueden participar a
título de veedores o auditores del proceso, pero sin tener ningún control sobre
el mismo, ni en la selección de las personas que integran las mesas
electorales, o que participan en el proceso.
Así se maneja el proceso en los países desarrollados y solo eso
rescatará la credibilidad de nuestro sistema electoral. Después de todo, y parafraseando a Clemenceau,
la política, y en especial el proceso electoral, son demasiado importantes como
para dejarlos en manos de los políticos.
Lo que he visto y
vivido me lleva a concluir que el futuro de nuestro país exige que disminuyamos
el poder de los políticos y que se lo devolvamos a la sociedad. No es un proceso fácil o rápido, pero los
hondureños lo logramos durante la Administración Maduro, y por tanto es posible
hacerlo nuevamente. Tan solo se requiere
liderazgo con visión, o en su defecto, presión de la sociedad. El proceso debe comenzar con la elaboración
de un documento contentivo de las reformas que deseamos para que sea firmado
por los principales, o todos los, candidatos presidenciales. De esta forma se comprometerían a implantar
esas reformas al llegar al poder. Como
he dicho, ya antes recorrimos, exitosamente, este camino. Tengamos fe en Dios y en nosotros mismos y
procedamos con valentía. Después de
todo, el futuro de nuestro país, y el de nuestros descendientes, está en juego.
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