Recientemente tanto el
titular del Poder Ejecutivo, como el del Poder Legislativo, anunciaron que se
procederá a revisar las exenciones existentes para reducirlas a lo que sea
congruente con las prioridades nacionales.
En principio, la idea es razonable ya que busca asegurar la equidad en
el pago de los impuestos, es decir, que todos paguemos los impuestos que nos
corresponde y que solamente se otorgue una exención cuando claramente eso
convenga a los intereses nacionales. He
dicho “en principio” porque, como siempre, mucho depende de cómo se
proceda. Si se procede violentando el
estado de derecho, entonces el daño que se ocasiona es más grave que la posible
ganancia de la cancelación de alguna exención.
Permítanme explicar por qué.
En el caso que nos
ocupa el Congreso comenzó por suspender las exoneraciones, con algunas
salvedades, por sesenta días, mientras las revisa y decide cuales deberán ser
canceladas. Nótese que, para comenzar,
el Congreso asumió una tarea propia del Ejecutivo. Si se respetara el ámbito de acción de los
diferentes poderes del estado, competiría al Ejecutivo analizar las exenciones
existentes, y con base a un análisis apegado a ley, preparar un proyecto de ley
para reglamentarlas apropiadamente y luego enviar dicho proyecto al Legislativo
a fin de que este lo apruebe. Pero
ignoremos por ahora la manifiesta intención del Legislativo de convertirse en
el único poder del estado (a lo que me referiré en el próximo artículo) y
continuemos analizando lo actuado por el Congreso. En lugar de proceder como indicaría la
lógica, es decir, analizar para luego actuar, decidieron proceder ilógicamente,
es decir, actuar para luego analizar. En
efecto, eso es lo que implica suspender las exoneraciones mientras investigan y
analizan. Pero en realidad, la situación
es peor aún, pues si el mismo poder Legislativo, en una decisión tomada años
atrás otorgó, en legal y correcta forma, una exoneración por un determinado
período de tiempo, no puede el mismo poder Legislativo luego, unilateral y
caprichosamente, “suspender” dicha exoneración antes de que expire el plazo
original. Salvo que se hubiesen
presentado circunstancias impredecibles y extraordinarias, el estado de derecho
exigiría el respeto a las reglas del juego previamente establecidas. Proceder de otra forma en efecto implica
atentar en contra, y en efecto destruir, el estado de derecho. En condiciones normales, cuando existe la
independencia de poderes, los afectados podrían recurrir a los tribunales y
exigir el respeto a lo pactado con el estado, pero cuando el legislativo ha
subordinado al poder Judicial, en efecto los privados somos sometidos a un
estado de indefensión absoluta. En estos
casos, la única defensa para un inversionista simplemente es no invertir en el
país, con lo cual se genera menos puestos de trabajo y la economía crece más
lentamente. En otras palabras, el
Congreso se convierte en el enemigo y el verdugo de los desempleados y los
pobres, ya que los condena a permanecer en su precaria situación.
Pero la situación es
todavía peor y más contradictoria, ya que la racionalización de las
exoneraciones al final tiene como propósito generar más recursos para el
estado. Sin embargo, la mejor forma de
incrementar los ingresos del estado es lograr que la economía crezca más
rápidamente, ya que cuando esto ocurre más personas trabajan, más negocios son
rentables, y por tanto pagan más impuestos.
En el caso que nos ocupa, el Congreso ha actuado de forma tal que lo que
pretende hacer con la mano izquierda, es decir, aumentar los ingresos del
estado, lo destruye con la derecha. El
proceso que ha emprendido para socavar la institucionalidad y el estado de
derecho está minando el desarrollo económico nacional y fomentando la pobreza. Esas son las contradicciones en las que ha
caído el Congreso.
Los entendidos en la
materia postulan que la fortaleza del estado de derecho puede medirse por la
frecuencia con que los privados ganan los juicios que promueven contra el
estado. En nuestro caso, los magistrados
fueron ilegalmente destituidos precisamente porque se atrevieron a fallar en
contra de los deseos del poder Ejecutivo y del poder Legislativo. Es razonable suponer que quienes ahora conforman
la Corte Suprema entienden muy bien su limitado ámbito judicial y no se atrevan
a oponerse a los deseos de quienes presiden los verdaderos poderes del
estado. Esto seguramente no pasará
desapercibido por quienes anualmente miden la fortaleza del estado de derecho,
y es de suponer que nuestra evaluación sufrirá.
Nuevamente, esto tendrá consecuencias negativas para la generación de
empleo y el crecimiento económico ya que la Cuenta del Reto del Milenio usa
esas evaluaciones para otorgar sus donaciones, y el Banco Mundial para definir
el monto total anual de apoyo a nuestro país.
El Congreso sostiene que busca generar empleo por medio de las regiones
especiales de desarrollo, o ciudades modelo, pero ¿quién invertirá en un país
donde el Congreso irrespeta el estado de derecho y ha destruido los pesos y
contrapesos indispensables para limitar el poder y asegurar la democracia? Si se está tan comprometido con la generación
de empleo, ¿por qué tomar medidas que desalientan la inversión y reducen la
asistencia externa para el país? En
efecto, además de revisar las exenciones, el Congreso debería urgentemente
corregir las contradicciones en las que ha caído.
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