Cotidianamente
observamos en nuestro país actitudes anacrónicas y contradictorias. Pareciera que para algunas personas el tiempo
se ha detenido y todo permanece inalterable.
Para otros aparentemente no estamos inmersos en una crisis fiscal y por
tanto puede procederse como si estuviéramos gozando de una enorme e inusitada
riqueza. Por un lado, en lo referente al
anacronismo, se trata de ideas y propuestas que repetidamente han fracasado
pero que, a pesar de ello, para algunos siguen siendo atractivas y
deseables. Por otro, en lo que concierne
a las contradicciones, se trata simplemente de una fenomenal irresponsabilidad
de nuestra clase política. Permítanme
explicarme mejor.
Comencemos con algunos
ejemplos de los anacronismos más notables.
Un líder sindical declaró a la prensa que denunciaría a las autoridades
del gobierno porque, según él, han congelado los sueldos de los empleados
públicos. ¿Será posible que esta persona
no sepa lo que ha venido ocurriendo en Europa a lo largo de los últimos
años? ¿No sabrá que en Europa han
reducido los sueldos de los empleados públicos y los del sector privado? ¿Cuál piensa usted, estimada lectora, que
será la reacción de la Organización Internacional del Trabajo cuando reciban
esa denuncia?
Algo similar ocurre
con otra amenaza de denunciar a las autoridades ante la Comisión Interamericana
de Derechos Humanos porque modificaron el régimen de pensiones de los maestros
sin haberles consultado. Uno se pregunta,
¿y en Europa les consultaron? ¿Ignoramos
lo que ocurre en el mundo y que no somos ajenos a lo que pasa en otros
países? Por mucho que el entorno cambie
y se transforme, algunas personas se aferran al pasado y siguen pensando que las “conquistas” son
irreversibles. Cuando el barco pareciera
hundirse nos asimos más fuertemente a nuestras ideas anacrónicas, como si
fueran un mágico salvavidas.
Pero tal vez la idea
más común y anacrónica es aquella que propugna porque el estado sea la solución
de todos nuestros problemas. En lugar de
buscar que cada uno de nosotros sea el principal actor en la búsqueda de la
solución a sus problemas, gustosamente alienamos nuestros derechos y nos
declaramos párvulos para trasladarle la responsabilidad al estado. Nada ilustra esto mejor que la reacción de
algunos frente al continuo crecimiento del consumo de combustible en nuestro
país. Algunas personas se lamentan y se
rasgan las vestiduras porque el gobierno no implanta un plan de ahorro de
combustible. Nuevamente, nosotros, los
párvulos, necesitamos que el gobierno nos diga cómo actuar. Estas mismas personas no se toman la molestia
de analizar el problema para ver qué papel nos toca a nosotros, y no al
gobierno, jugar. Parecen ignorar el
notable incremento que la flota vehicular ha tenido en los últimos años. La lógica nos diría que si se da un
significativo aumento en el número de vehículos que circula en el país,
seguramente también se dará un incremento en las importaciones de combustibles. Que nuestra gente pueda comprar vehículos y
pagar el alto costo del combustible es una señal positiva ya que indica que el
nivel de vida de nuestros compatriotas está mejorando. Desde la perspectiva de su nueva posición
económica, ellos ven los vehículos y el combustible como bienes que ahora están
a su alcance y están dispuestos a pagar
su precio actual. La lógica nuevamente
nos diría que para que el número de vehículos y el volumen de combustible importados
baje sería necesario que sus precios aumenten.
Esto a su vez se logra modificando los aranceles de importación, o
modificando la tasa de cambio. Pero en lugar de discutir las medidas a tomar
para que los consumidores sean los actores en este drama, algunos claman porque
el gobierno implante planes de ahorro de combustible, divorciados del precio
del bien en cuestión, y que una y otra vez han fracasado, perjudicando la economía
y generando corrupción.
En cuanto a actitudes
contradictorias, basta con mencionar la reciente decisión del Congreso de
comprar mil millones de lempiras en cemento para la construcción de obras que aun
no se han definido. Esta decisión la han
tomado mientras los empleados públicos y los alcaldes protestan porque no se
les cumplen los compromisos ya contraídos.
Siendo esto así, cabe preguntar ¿a quién mas dejarán de pagarle para
beneficiar a las empresas cementeras?
¿En qué cabeza cabe que en medio de nuestra insolvencia debemos
endeudarnos más? Es difícil entender
como nuestros políticos pueden llegar a estos niveles de
irresponsabilidad. La única conclusión a
la que se puede arribar es que han perdido totalmente su contacto con la
realidad nacional, que se han desconectado del pueblo que les eligió, y que
únicamente les motiva su interés personal.
Triste, pero a la vez obligada conclusión. Tengámosla presente al momento de votar en
las próximas elecciones.
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