Falleció don Hugo
Chávez. Que en paz descanse. Ahora vendrá el análisis de su legado. Algunos pretenden convertirlo en un ícono y
colocarlo en un altar junto a Ernesto Guevara y Juan Domingo Perón. Otros aseguran que su huella será efímera y
que lo único seguro es que el pueblo venezolano pagará muy caro los desaciertos
y la irresponsabilidad de su gestión gubernamental. Tal como ocurrió durante su vida, aún después
de muerto el comandante continúa polarizando las opiniones y dificultando un
análisis sereno de sus catorce años de gobierno. Permítanme por tanto, estimados lectores,
intentar hacer una evaluación ponderada de la Administración Chávez.
Comencemos con lo
positivo. Su gestión tuvo un impacto
importante en la reducción de la pobreza y la desigualdad en Venezuela, según
reflejan las cifras estadísticas publicadas por el gobierno. Algunos dudan de la veracidad de las cifras,
pero la mayoría acepta que en efecto se redujo la pobreza y la
desigualdad. Otros señalan que tanto Chile, como Perú, fueron
todavía más exitosos en reducir la pobreza, pero no niegan que la situación
mejoró en Venezuela. Por otro lado, su
gobierno fue solidario con varios otros países latinoamericanos. Puede argüirse, como hacen algunos, que eso
implicaba someterse a la política internacional propugnada por el Comandante,
pero aún así no puede negarse que fue muy generoso con varios países, en
particular Cuba, Nicaragua y Argentina.
Finalmente puede decirse que propició la unión latinoamericana,
siguiendo los pasos de Simón Bolívar, y que hizo que muchos se sintieran
orgullosos de su liderazgo e independencia de las grandes potencias. Para muchos simbolizó la tercera vía por
medio de su Socialismo del Siglo XXI.
Veamos ahora lo
negativo. En primer lugar, Venezuela se
convirtió en un país inseguro y violento.
La tasa de homicidios alcanzó los 75 por cien mil habitantes, superada
tan solo por nuestro país. Por otro
lado, el déficit fiscal alcanzó la increíble cifra del 23 por ciento, imposible
de financiar para cualquier país que no cuente con la riqueza petrolera de
Venezuela. Ese déficit fiscal por
supuesto produjo un alto nivel inflacionario, casi el 30 por ciento, y como
siempre la alta inflación golpea más a los más pobres. Además, sus políticas estatales llevaron a la
destrucción de la producción, y como consecuencia el país es ahora más que
nunca dependiente de las exportaciones petroleras. El 95 por ciento de las exportaciones de
Venezuela provienen del petróleo y el país ahora importa el cincuenta por
ciento de los alimentos que consume. En
otro tema, a pesar de su riqueza petrolera, el gobierno ha tenido que devaluar
la moneda, la última vez en un 32 por ciento, y a pesar de eso, en el mercado
negro el dólar se cotiza en el triple de la tasa oficial, presagiando que la
devaluación continuará. Como ahora todo,
excepto el petróleo, es importado, la devaluación se traducirá de inmediato en
más inflación, golpeando, otra vez, a los pobres. Esto permite suponer que, tarde o temprano,
la pobreza y la desigualdad se incrementarán, demostrando que lo logrado a la
fecha fue tan solo un espejismo. Para
completar el panorama habría que agregar que la carencia de dólares y la
incertidumbre que se ha apoderado del país en los últimos meses han llevado a
una escasez generalizada de productos en las tiendas y mercados. Irónicamente, a pesar de su riqueza
energética, Venezuela sufrió racionamientos de energía eléctrica.
Por otro lado, la
Administración Chávez descuidó a PDVSA, la empresa estatal que controla la
producción y exportación de petróleo. La
falta de inversión ha llevado a que la producción, que era de tres millones de
barriles diarios hace catorce años, se haya ahora reducido a tan solo de 1.7
millones y con tendencia a disminuir. A
pesar de esa severa caída, que vaticina años difíciles para Venezuela en el futuro,
el alza del precio del crudo, diez dólares por barril cuando el Comandante ganó
las primeras elecciones y casi cien dólares cuando falleció, llevó a que los
ingresos por la exportación de petróleo pasaran de treinta millones de dólares
diarios (casi once mil millones anuales) a ciento setenta millones diarios, o
sea más de sesenta mil millones anuales.
Si la producción continúa cayendo, como seguramente ocurrirá salvo que
parte de los ingresos se utilicen para invertir en nuevos pozos, o si el precio
del crudo baja significativamente, el país se verá obligado a recurrir a un
doloroso ajuste. El panorama se complica
aún más si se toma en cuenta que en unos pocos años Estados Unidos, a quien
Venezuela exporta la mitad de su producción, será autosuficiente en cuanto a
petróleo se refiere.
Finalmente, para
muchos lo más negativo del legado del Comandante ha sido la destrucción de las
instituciones y el significativo debilitamiento de la democracia
venezolana. En efecto, el ejercicio
democrático se redujo a simplemente el sufragio, destruyéndose en el proceso la
independencia de poderes y el sistema de pesos y contrapesos. Los resonantes triunfos electorales fueron
utilizados para eliminar los límites a la reelección y para someter a los otros
poderes del estado. Consecuentemente, se dio un severo retroceso y se volvió al
pasado, a la época del caudillo que asumía todos los poderes. Siguiendo los pasos de Luis XIV, el Comandante pudo haber mentalmente
retrocedido al siglo XVII y correctamente dicho L’état, c’est moi.
Al final el legado más
perdurable del Comandante probablemente sea el uso del sufragio para
perpetuarse en la presidencia con poder absoluto. Ya hemos visto como otros políticos han
replicado el modelo. Sin embargo, para
que el modelo funcione es menester distribuir dinero a granel, cosa que la
riqueza venezolana, y la de unos pocos otros países sudamericanos,
permite. Aquellos países que han
adoptado el modelo gracias a la generosidad venezolana encontrarán que, más
temprano que tarde, Venezuela tendrá que atender sus necesidades internas y
recortar sus dádivas internacionales.
Eso seguramente llevará a que esos otros políticos enfrenten las duras
realidades que aquejan a los países pobres, y pierdan el poder.
Con todo, el
Comandante seguramente pasará a ser otro ícono y veremos su cara en las
camisetas de los jóvenes inocentes e idealistas y en aquellos que propugnan por
la llegada del Socialismo del Siglo XXI, a pesar de que nadie sepa que
distingue ese socialismo del que fracasó hace ya varias décadas. Algunos sueños, pese a ser irrelevantes o
anacrónicos, perduran e incluso se embellecen con el paso del tiempo, y eso alimenta
y sustenta las leyendas que se tejen en torno a nuestros íconos
latinoamericanos.
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