La semana recién
pasada concluyó con el asesinato del Fiscal Chávez, una de las personas más
importantes en la lucha contra el narcotráfico.
Un duro golpe contra el estado y contra todos y cada uno de nosotros. El Fiscal se une a una lista de notables
hondureños que han caído en la batalla contra los traficantes de drogas. Entre ellos recuerdo a Arístides González y a
Alfredo Landaverde. Cuando un estado
permite, indiferente e incapaz, que sus más connotados personajes sean
asesinados sin que se capture y castigue a los autores intelectuales y
materiales, debe concluirse que el estado está colapsando. Con mucho dolor debemos aceptar que nos
estamos convirtiendo en un estado fallido.
Permítanme explicar por qué.
La razón
primordialmente para alienar o limitar algunos de nuestros derechos a favor del
estado es para que este a cambio proteja nuestras vidas y nuestros bienes. Cuando el estado fracasa en esa tarea pierde
toda legitimidad y razón de ser. En
nuestro caso es evidente que el estado no puede proteger la vida de las
personas que se han dedicado a la lucha contra el narcotráfico, es decir, a
fortalecer la capacidad del estado para proteger la vida de los
ciudadanos. Cuando esos emblemáticos
ciudadanos son asesinados sin que eso tenga repercusión alguna sobre los
asesinos, se entroniza un estado de impunidad cuyo efecto alcanza más allá de
la lucha contra el narcotráfico.
Aquellos que pudieran contemplar delinquir se percatan de la incapacidad
del estado para capturar y castigar a quienes asesinan a nuestras figuras
icónicas. Si aún en esos casos el estado
muestra su incapacidad y debilidad, ¿qué pensar de las consecuencias que pueden
sufrir aquellos que atentan contra la vida o la propiedad de una ciudadana
común y corriente? La impunidad se
convierte en una vorágine incontrolable que se alimenta de su propio
crecimiento hasta que el número de delitos alcanza tal nivel que se vuelve
materialmente imposible para el estado investigar y castigar la mayoría de
ellos. El sistema comienza a colapsar y
eventualmente colapsa. Nuestro sistema
está ya colapsando y de seguir así pronto colapsará totalmente y nos
convertiremos en un estado fallido.
La situación se
complica aún más cuando la población no confía, por razones válidas, en la
policía. Si la población no participa en
la lucha contra la delincuencia la batalla es mucho más dura y el resultado
incierto. Sin embargo, es difícil
generar esa confianza cuando la evidencia ha demostrado que algunos de los
policías son en efecto delincuentes. Por
esto la depuración de la policía es urgente, pero para que sea creíble debe
ponerse en manos de organizaciones de gobiernos amigos y las pruebas de
confianza deben ser administradas rutinariamente por estas mismas organizaciones. Si es necesario reformar la Constitución para
poder usar las pruebas de confianza para depurar la policía, hagámoslo. La lucha contra la delincuencia no debe
basarse en procedimientos inconstitucionales.
Nada cuesta tomar las medidas del caso para actuar conforme manda la
Constitución.
La lucha contra el
narcotráfico también exige que el estado retome el control del territorio
nacional. La definición misma de estado
involucra el control de un territorio.
En nuestro caso, hemos perdido el control de parte del territorio
nacional y urge recuperarlo. Para ello
debemos establecer bases del ejército en las áreas que deseamos reclamar. En Olancho, Gracias a Dios, Atlántida, el valle
del Aguán, Islas de la Bahía y la frontera de Guatemala. De nada sirve tener tropas acuarteladas en
las cercanías de Tegucigalpa o San Pedro Sula, mientras en el ámbito rural los
narcotraficantes siembran el reino del terror.
Para lograr resultados más rápidamente, cada base debería contar con un
pequeño número de elementos de países amigos que han tenido experiencia en la
lucha contra el narcotráfico.
Finalmente, es urgente
y necesario que el gobierno brinde protección efectiva a las cabezas de la
lucha contra el narcotráfico. Si es
necesario acudir a gobiernos amigos para contar con guardaespaldas calificados,
que así sea. Es inaceptable que estas
personas puedan ser asesinadas fácilmente y que sus asesinos gocen de
impunidad. Contraste usted, estimada
lectora, la reacción en Estados Unidos a raíz del atentado en la maratón de
Boston. Todos los recursos se volcaron
hasta arrestar a los supuestos responsables, para lo cual fue clave el apoyo de
la ciudadanía. Compare usted lo ocurrido
en el caso del Fiscal Chávez, o en los casos de Alfredo Landaverde y Arístides
González, con lo acontecido en Boston.
Pregúntese qué mensaje ha sido transmitido a los delincuentes en ambos
casos y verá la gravedad de nuestra situación.
Para colmo de males
nuestros políticos parecen seguir dando palos de ciegos, nombrando comisiones
interventoras y sustituyendo ministros.
Me pregunto si habrá alguien que piense que con estas medidas se logrará
reducir la delincuencia y abatir la violencia.
Lamentablemente continuamos empeñados en discusiones bizantinas,
promoviendo la reforma de la ley de CONATEL, proponiendo comisiones de censura
como si estuviéramos en la edad media, y en general desgastándonos en asuntos
que no son prioridad para la población.
Mientras caemos en la trivialidad y en batallas pírricas, los
narcotraficantes y los delincuentes se dedican a su macabra labor. ¿Despertarán nuestros políticos antes de que
colapsemos, antes de que nos convirtamos en un estado fallido? Dios quiera que así sea y que todos sepamos
usar nuestro voto en las próximas elecciones.
No hay comentarios:
Publicar un comentario