jueves, 11 de julio de 2013

PRINCIPIOS E INCONSISTENCIAS

Con frecuencia observamos las posiciones que los países, particularmente los grandes y poderosos, adoptan frente a los problemas que se dan en el ámbito internacional.  Por razones obvias uno quisiera que esas posiciones fueran consistentes y basadas en principios y valores éticos.  Tal es el caso de las posturas asumidas en lo referente a los golpes de estado que ocurren con alguna frecuencia en el mundo.  Lamentablemente lo que se observa es simple y sencillamente la búsqueda de la conveniencia de cada país, sin importar caer en la inconsistencia y en el cinismo.  Tal es el caso que ahora se presenta frente a lo acontecido en Egipto. Permítanme explicar por qué.


Todos seguramente recordamos el caso de un país pobre, pequeño e irrelevante en el juego geopolítico, en el cual los poderes Legislativo y Judicial decidieron destituir al presidente de la República por violaciones a la constitución.  De inmediato la comunidad internacional, incluyendo al país más poderoso del mundo, se rasgó las vestiduras e invocó los más altos y sagrados principios democráticos para condenar lo acontecido y para aislar y sancionar al país, salvo que aceptara restituir inmediatamente al ex presidente.  A nadie le interesó estudiar la constitución del país, sino que le aplicaron conceptos del “juicio político”, del “debido proceso” y el “derecho a la legítima defensa” contemplados en sus constituciones, a pesar de que la constitución del país en cuestión preveía otro procedimiento.   El mensaje era muy claro: los golpes de estado no son aceptables para la comunidad internacional y, cuando ocurran, deben ser objeto de repudio y sanciones.  Una posición respetable y defendible, basada supuestamente en altos valores y principios éticos y morales.

Todo esto, sin embargo, ha quedado desmentido por lo ocurrido recientemente en Egipto, donde el ejército, sin que el poder Legislativo o el poder Judicial intervinieran, decidió deponer al primer presidente electo democráticamente, sin alegar siquiera alguna disposición o violación constitucional.  Para colmo de males el derrocamiento del presidente ha sido acompañado de derramamiento de sangre y de órdenes de captura para algunos seguidores del depuesto presidente.  Los militares han también escogido al presidente interino y no han anunciado aún cuando celebrarán elecciones nuevamente.  En pocas palabras, un clásico golpe de estado ejecutado por las fuerzas armadas.  Pero asómbrese, estimada lectora, porque el país más poderoso del mundo no se ha atrevido a llamarlo golpe de estado, mucho menos a condenarlo e invocar la aplicación de sanciones.  Es más, su presidente ha recurrido a todo tipo de artimañas semánticas para evitar mencionar las palabras “golpe de estado” porque eso le obligaría a cancelar la cuantiosa ayuda militar que otorga a Egipto, alrededor de mil trescientos millones de dólares anuales.  Como verá el estimado lector, estamos frente a la realidad desnuda: la política internacional de la nación más poderosa se basa en su conveniencia nacional y no en principios o valores democráticos.  Los principios y valores son útiles solo cuando se trata de naciones pobres e irrelevantes en el tablero internacional.  En esos casos, se busca aplicar esos altos valores a pesar de las consecuencias que pueda sufrir la pequeña y pobre nación.  Para los grandes y sistémicos, tolerancia; para los pequeños e irrelevantes, las más altas normas y principios, aunque esto los suma aún más en el desorden y la pobreza.


A mi juicio no cabe duda que los militares se saldrán con la suya en Egipto.  Que yo sepa, nadie ha pretendido aislar al país de la comunidad internacional.  Después de todo se trata de un país grande.  El más poblado de las naciones árabes.  De hecho otras naciones árabes le han ofrecido cuantiosas ayudas económicas para consolidar el proceso iniciado por los militares.  Los principios y los valores, al igual que el depuesto presidente, han sido ignorados y olvidados.  Es esta una lección que debemos aprender a conciencia para así diseñar mejor nuestra política internacional.  No son los sermones altisonantes de los funcionarios de otros países los que deben guiar el diseño de nuestra política internacional, sino la conveniencia nacional basada siempre en principios éticos consistentes.  Aprendamos de los errores de otros.

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