Lo ocurrido en el seno
de la Junta Nominadora en el proceso de la confección de la lista de cinco
candidatos a ocupar los cargos de Fiscal General y Fiscal General Adjunto ha
dejado un amargo sabor a hiel. Para quienes
pensamos que la democracia vibrante y efectiva requiere ampliar los espacios
para la participación de la sociedad lo acontecido ha sido una decepcionante
experiencia. Todo pareciera indicar que
en nuestro país todos los caminos conducen a la confrontación, a la componenda
y al sacrificio del bien común a cambio del beneficio político y personal. Permítanme explicar por qué.
En el ámbito político
prima la tesis que plantea que la solución de nuestros problemas consiste en
traspasar el poder de un grupo de políticos profesionales a otro grupo de
políticos tradicionales. Eso es lo que
se nos propone cada cuatro años y lo que se discute cuando se reúnen los
políticos a considerar las reformas políticas necesarias para abrir espacios de
participación para la sociedad. En estos
foros las propuestas más osadas giran en torno a la separación temporal de las
elecciones presidenciales, legislativas y municipales. Brillan por su ausencia las ideas conducentes
a retornar el control a la fuente originaria del poder, el ciudadano. No se menciona, para el caso, las medidas
para asegurar la rendición de cuentas de los diputados, tal como la adopción de
distritos electorales uninominales.
Seguimos votando, en el caso de Francisco Morazán, por veintitrés
diputados que, como representan a todos en el Departamento, al final no
representan a nadie. Ni ellos sienten
que nos representan, ni nosotros pensamos que nos representan. Tampoco se discute la forma de incrementar la
participación de la sociedad en la toma de las decisiones más importantes, tal
y como ocurre cuando se integran juntas nominadoras para proponer
candidatos. En realidad, las juntas no
solo deberían servir para proponer candidatos, sino que también para vigilar el
desempeño del nombrado y para autorizar su despido o reemplazo. Sin embargo, la nominación de candidatos es
el primer paso en el proceso de retornar el poder a sus orígenes.
Dada la importancia
que les asigno a las juntas nominadoras, vi con optimismo la integración de la
Junta para proponer candidatos en el caso del Ministerio Público. Nunca se me ocurrió que el resultado sería el
que se dio, en el cual los integrantes de la Junta pusieron de manifiesto su
incapacidad para superar sus diferencias por medio del diálogo y la razón. En un momento en el cual el Papa Francisco
al dirigirse a un grupo de empresarios brasileños destacaba la primacía del
diálogo, los integrantes de la Junta renunciaron a él y cayeron en la
confrontación y la descalificación mutua.
Una decepcionante y penosa experiencia que hace dudar de la conveniencia
de recurrir a tales juntas. ¿Acaso los
integrantes de esa Junta no se percataron del daño que le hicieron a su propia
causa con su comportamiento? ¿Será que
al nombrarlos el Congreso sienten que no nos representan a nosotros, los
ciudadanos, que tanta esperanza hemos cifrado en su participación en estos
procesos? Tristemente debo reconocer que
si concluimos que la participación de ciudadanos honorables en estos procesos
es igual que dejarlos en manos de políticos profesionales, entonces debemos
también aceptar que estamos a punto de agotar todos los medios a nuestro
alcance para marcar un rumbo diferente para nuestro querido país.
No obstante lo
ocurrido, permítanme seguir pensando que la participación de la sociedad en el
proceso de la toma de las decisiones más importante podrá no ser suficiente
para mejorar la calidad de nuestra democracia, pero que no por ello deja de ser
una condición necesaria. Que la penosa
situación que recientemente presenciamos nos sirva para meditar sobre nuestras
actuaciones y para rectificar según corresponda. Nuestro país está sumido en una grave crisis
y si los ciudadanos nos comportamos como un típico político tradicional y
profesional no podremos superarla y nuestra situación, muy mala por cierto,
solo se deteriorará aún más. Todavía hay tiempo, pero, por favor, ¡no
dilapidemos las oportunidades que se nos presentan!
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