domingo, 15 de septiembre de 2013

FOMENTANDO DEPENDENCIA

Continuamente me sorprende  la actitud de algunos de nuestros compatriotas, para quienes la fuente y la solución de todos nuestros problemas radican en nuestros gobiernos.  Nosotros, los ciudadanos, en el mejor de los casos, somos simples espectadores.  No podemos ni siquiera pensar que nos corresponde a nosotros, en primera instancia, tomar control de nuestras vidas y decisiones y así cambiar lo que deba ser modificado.  Algunos dicen que debemos sentarnos a esperar que los gobiernos resuelvan nuestros problemas.  Solo es asunto que el gobierno defina una nueva política, promulgue una nueva ley, o convoque a una constituyente para refundar el país, y con eso todos nuestros problemas se habrán resuelto.  Nada podría ser más lejano de la verdad y nada podría ser más generador de dependencia y alienación.


Esta semana escuché un comentario radial sobre la situación de la niñez en nuestro país, y por supuesto, los culpables de la deplorable situación en la que viven centenares de miles, sino millones, de nuestros niños son los gobiernos.  Según lo que me enseñaron mis padres, los primeros responsables de la situación de nuestros niños son sus padres, y en segunda instancia los maestros y las autoridades morales (eclesiásticas) del ámbito local.  En tercer lugar puede citarse a las autoridades municipales, y solo en cuarto lugar podría uno mencionar a los gobiernos nacionales. Ya el Papa Pío XI planteó el principio de subsidiaridad, según el cual es un grave error el suplantar la autoridad más cercana, en este caso los padres, por la más remota, los gobiernos nacionales.

Si de trabajo infantil se trata, ¿no son los padres los primeros que deben asegurarse que sus hijos asistan a la escuela, o que si por razones de penuria económica deben los niños trabajar, que entonces lo hagan en actividades que no dañen su salud o pongan en riesgo sus vidas y que de todas forma no dejen de asistir a la escuela?  ¿Cómo podemos exigirle al gobierno nacional que combata el trabajo infantil sin previamente pedirle a los padres que hagan lo propio para evitarlo, o que al menos procuren que dicho trabajo no impida la educación de los niños?

¿Y qué decir de los dirigentes magisteriales que anteponen sus reclamos salariales a la educación de los niños? ¿Cómo podemos exigirles a los gobiernos que mejoren la educación de nuestros niños para así superar la pobreza sin primero reclamarles a los dirigentes magisteriales que no perjudiquen a nuestros niños con sus ubicuas y consuetudinarias huelgas y asambleas informativas?

No pretendo decir que nuestros gobiernos nacionales sean buenos, o que no tengan una responsabilidad subsidiaria en estos temas, pero me resulta ofensivo que se ignore o minimice nuestro papel protagónico como actores fundamentales en nuestras vidas y en nuestros sueños.  Una ciudadanía pasiva, expectante y dependiente no es el cimiento para fundar, o refundar, un país de ciudadanos activos, pensantes y responsables de su propio futuro.

En este orden de cosas me parece cómico el argumento esgrimido para convocar a una constituyente.  Según dicen, nuestra Constitución está vieja y obsoleta y se ha convertido en un obstáculo para que alcancemos nuestra plenitud como personas.  Mientras tanto, la constitución del país más poderoso tiene más de doscientos años y en ese período ha sido modificada menos veces que la nuestra en treinta años.  Al parecer la edad de esa constitución no ha sido óbice para el desarrollo de ese país y de su gente.  Solo en nuestro país resulta posible que los encantadores de serpientes logren engañar a la gente con sus argumentos falaces para justificar una constituyente.  Nuevamente se trata de lo mismo, de otra forma para hacernos pensar que nuestro futuro no es el resultado de nuestros esfuerzos y nuestro trabajo.  Si tan solo convocamos a una constituyente y redactamos una nueva constitución todos nuestros problemas desaparecerán por arte de magia.


Ya es hora de abandonar el fomento de la dependencia y de comenzar a contribuir a la formación de individuos críticos, responsables y conscientes de que son los actores fundamentales en su vida y su futuro.  No es el gobierno el llamado a resolver nuestros problemas; eso nos corresponde a nosotros mismos.  El papel del gobierno es absolutamente subsidiario y se basa en que respete nuestros derechos ciudadanos y no obstaculice nuestro desarrollo intelectual y material, atendiendo con eficiencia las actividades propias e indelegables.  Lo demás debe ser responsabilidad nuestra como individuos independientes, pensantes y responsables.

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