Continuamente me
sorprende la actitud de algunos de
nuestros compatriotas, para quienes la fuente y la solución de todos nuestros
problemas radican en nuestros gobiernos.
Nosotros, los ciudadanos, en el mejor de los casos, somos simples
espectadores. No podemos ni siquiera
pensar que nos corresponde a nosotros, en primera instancia, tomar control de
nuestras vidas y decisiones y así cambiar lo que deba ser modificado. Algunos dicen que debemos sentarnos a esperar
que los gobiernos resuelvan nuestros problemas.
Solo es asunto que el gobierno defina una nueva política, promulgue una
nueva ley, o convoque a una constituyente para refundar el país, y con eso
todos nuestros problemas se habrán resuelto.
Nada podría ser más lejano de la verdad y nada podría ser más generador
de dependencia y alienación.
Esta semana escuché un
comentario radial sobre la situación de la niñez en nuestro país, y por
supuesto, los culpables de la deplorable situación en la que viven centenares
de miles, sino millones, de nuestros niños son los gobiernos. Según lo que me enseñaron mis padres, los
primeros responsables de la situación de nuestros niños son sus padres, y en
segunda instancia los maestros y las autoridades morales (eclesiásticas) del
ámbito local. En tercer lugar puede
citarse a las autoridades municipales, y solo en cuarto lugar podría uno
mencionar a los gobiernos nacionales. Ya el Papa Pío XI planteó el principio de
subsidiaridad, según el cual es un grave error el suplantar la autoridad más
cercana, en este caso los padres, por la más remota, los gobiernos nacionales.
Si de trabajo infantil
se trata, ¿no son los padres los primeros que deben asegurarse que sus hijos
asistan a la escuela, o que si por razones de penuria económica deben los niños
trabajar, que entonces lo hagan en actividades que no dañen su salud o pongan
en riesgo sus vidas y que de todas forma no dejen de asistir a la escuela? ¿Cómo podemos exigirle al gobierno nacional
que combata el trabajo infantil sin previamente pedirle a los padres que hagan
lo propio para evitarlo, o que al menos procuren que dicho trabajo no impida la
educación de los niños?
¿Y qué decir de los
dirigentes magisteriales que anteponen sus reclamos salariales a la educación
de los niños? ¿Cómo podemos exigirles a los gobiernos que mejoren la educación
de nuestros niños para así superar la pobreza sin primero reclamarles a los
dirigentes magisteriales que no perjudiquen a nuestros niños con sus ubicuas y consuetudinarias
huelgas y asambleas informativas?
No pretendo decir que
nuestros gobiernos nacionales sean buenos, o que no tengan una responsabilidad
subsidiaria en estos temas, pero me resulta ofensivo que se ignore o minimice
nuestro papel protagónico como actores fundamentales en nuestras vidas y en
nuestros sueños. Una ciudadanía pasiva,
expectante y dependiente no es el cimiento para fundar, o refundar, un país de
ciudadanos activos, pensantes y responsables de su propio futuro.
En este orden de cosas
me parece cómico el argumento esgrimido para convocar a una constituyente. Según dicen, nuestra Constitución está vieja
y obsoleta y se ha convertido en un obstáculo para que alcancemos nuestra
plenitud como personas. Mientras tanto,
la constitución del país más poderoso tiene más de doscientos años y en ese
período ha sido modificada menos veces que la nuestra en treinta años. Al parecer la edad de esa constitución no ha
sido óbice para el desarrollo de ese país y de su gente. Solo en nuestro país resulta posible que los
encantadores de serpientes logren engañar a la gente con sus argumentos falaces
para justificar una constituyente.
Nuevamente se trata de lo mismo, de otra forma para hacernos pensar que
nuestro futuro no es el resultado de nuestros esfuerzos y nuestro trabajo. Si tan solo convocamos a una constituyente y
redactamos una nueva constitución todos nuestros problemas desaparecerán por
arte de magia.
Ya es hora de
abandonar el fomento de la dependencia y de comenzar a contribuir a la
formación de individuos críticos, responsables y conscientes de que son los
actores fundamentales en su vida y su futuro.
No es el gobierno el llamado a resolver nuestros problemas; eso nos
corresponde a nosotros mismos. El papel
del gobierno es absolutamente subsidiario y se basa en que respete nuestros
derechos ciudadanos y no obstaculice nuestro desarrollo intelectual y material,
atendiendo con eficiencia las actividades propias e indelegables. Lo demás debe ser responsabilidad nuestra como
individuos independientes, pensantes y responsables.
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