Habiendo
transcurrido, muy exitosamente, nuestras elecciones, es conveniente analizar
las lecciones que nos han dejado a fin de consolidar nuestra democracia. Las lecciones son varias, tanto positivas
como negativas, pero comencemos con las positivas.
Las
elecciones han puesto de manifiesto la importancia de contar con observadores
internacionales serios y creíbles. La
población ha sido testigo de la actitud pueril de don Mel y de don
Salvador. Sin embargo, de no ser por los
testimonios de los observadores internacionales, la izquierda internacional
hubiera empañado el proceso a fin de dar credibilidad al reclamo de don Mel.
Los observadores internacionales han contribuido a prestigiar el proceso y a
consolidar nuestra frágil democracia.
También debemos enfatizar la labor profesional del TSE, particularmente
si se compara con la burda actitud que asumió durante el proceso en el cual
resultó electo don Mel. En esta ocasión la diferencia la marcaron los magistrados,
y es allí donde reside el problema.
Debemos
adoptar los mecanismos institucionales que hagan, sino imposible, al menos
improbable que, como en el reciente pasado, se nombre políticos irresponsables
y dogmáticos como magistrados del TSE. A mi juicio, esto requiere contar con un
TSE despolitizado, para lo cual, como mínimo debemos contar con una Junta
Nominadora que proponga candidatos de reconocida honorabilidad e independencia
de los partidos políticos. Esta, me
parece, es una tarea urgente en el proceso de mejorar la legislación electoral.
Igualmente
es impostergable introducir la segunda ronda si ninguno de los candidatos
alcanza más del cincuenta por ciento del voto en las elecciones presidenciales. La lectora probablemente recordará que don
Mel fue el primer presidente electo con la minoría del voto presidencial. En su caso, más de la mitad de los votantes
no votaron por él, en un ambiente prácticamente bipartidista. En nuestro más
reciente caso, nuevamente tenemos un presidente electo pese a que las dos
terceras partes de los votantes no votaron por él. Es cierto que en este caso
participaron cuatro fuerzas políticas fuertes en la contienda y por tanto era
muy difícil captar más del cincuenta por ciento del voto, pero no es menos
cierto que una victoria alcanzada de esta manera es percibida como débil y
frágil. Esto por supuesto dificulta la gobernanza y permite reclamos baladíes,
como el planteado por don Mel. Todo esto se evita con el resultado de la
segunda vuelta, en la cual solo participan los dos candidatos que hayan
recibido más votos. Piense, usted, amigo
lector, cuál hubiera ocurrido en una segunda vuelta, y como eso hubiera
aniquilado las aspiraciones de don Mel y fortalecido nuestra democracia.
También ha
quedado de manifiesto la injusticia que resulta de aplicar nuestra ley
electoral, cuando resultan electos candidatos que reciben una pequeña fracción
de los votos que reciben otros candidatos que no son declarados triunfadores.
Claramente que vulneramos la voluntad popular cuando se margina a candidatos
que lograron más de cien mil votos para favorecer a candidatos que solo
recibieron treinta mil votos. Es hora de corregir esta injusticia incorporada
en nuestra ley electoral, para lo cual la mejor opción sería el adoptar los
distritos electorales uninominales. Esta alternativa además tiene la ventaja de
incrementar la rendición de cuentas del diputado electo con sus electores. Como
solo se votaría por un candidato por distrito, no habría duda en cuanto a quien
representa a los votantes y los electores podrían fácilmente vigilar el
comportamiento del diputado a fin de asegurar que representa adecuadamente sus
intereses. Cuando un votante es representado por veintitrés diputados, como
ocurre en Francisco Morazán, realmente es representado por nadie.
Los tres
temas antes planteados requieren reformas a la ley electoral, y deberíamos
proceder con sentido de urgencia ahora que el tema electoral está fresco en
nuestra memoria. Los diputados harían bien, como parte del proceso de reforma,
en considerar los requisitos mínimos establecidos para que un partido político
no desaparezca. A mi juicio, lo contemplado en la ley pudo haber sido necesario
para proteger a los mal llamados “partidos emergentes” en un ambiente de un
clásico bipartidismo. Sin embargo, a la luz de la actual conformación de
fuerzas, ese propósito se ha tornado irrelevante y deberíamos concluir que un
partido que no capta ni el uno por ciento del voto presidencial debe
desaparecer. No tiene sentido alguno que
seguimos dilapidando nuestros escasos recursos en alternativas que reiteradamente
han sido rechazadas por la gran mayoría, más del noventa y nueve por ciento, de
los votantes. Peor aún, nos exponemos (si es que no ha sucedido ya) a que se
cree partidos políticos para que los dirigentes puedan quedarse con los fondos
que los hondureños aportamos a los partidos por medio de nuestra legislación
electoral.
Esas son
las lecciones que a mi juicio debemos extraer del proceso político para mejorar
nuestra legislación electoral. Hay otras lecciones, muy valiosas por cierto,
pero que atañen al ámbito político, y a estas me referiré en un próximo
artículo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario