Anualmente presenciamos el espectáculo que rodea la fijación del salario mínimo. Es una de las pocas oportunidades que tienen los dirigentes sindicales para mostrar su peso y justificar su existencia. Por tanto, esos dirigentes se oponen a una fijación automática del salario mínimo, ya que eso les restaría protagonismo y hasta cuestionaría su necesidad. Este año al menos se ha logrado fijar el alza por varios años, lo cual es un avance importante que debemos aplaudir. Sin embargo, cabe preguntar: ¿es la fijación del salario mínimo una prioridad para Honduras? ¿Produce solo beneficios u ocasiona daños? Si ocasionara daños, ¿estamos seguros que los beneficios superan los daños? Las respuestas a estas interrogantes no son tan claras y contundentes como las lectoras podrían suponer. Permítanme explicar por qué.
En primer lugar, parece razonable suponer que la medida, es decir, al alza del salario mínimo, sería positiva si los beneficiados fueran más que los afectados negativamente. A algunos lectores les podrá parecer extraño que un alza al salario mínimo afecte negativamente a algunas personas, pero en efecto así es. Esto ocurre porque el alza hace menos atractiva la creación de empleos formales, ya que la operación de una nueva empresa resulta ser más cara. Los inversionistas optan por invertir en otro país, o deciden automatizar más sus operaciones, lo cual genera menos puestos de trabajo. Si en Honduras no hemos logrado emplear a todas las personas que año a año se suman a la fuerza laboral, entonces cualquier medida que afecte la generación de empleo tiene un impacto negativo.
Sin embargo, el impacto negativo sobre la generación de empleo se da también por otra vía. Aquellas empresas que pueden reubicar sus operaciones, tarde o temprano lo harán para reducir sus costos. Si no me equivoco, en estos momentos el salario mínimo hondureño es casi el doble del nicaragüense, sin que la productividad de nuestra mano de obra sea el doble de la nicaragüense. Resulta entonces evidente que más y más empresas se reubicarán a Nicaragua, ya que las ventajas de permanecer en Honduras (básicamente la cercanía a Puerto Cortés) no compensarán la diferencia en el costo de la mano de obra. En resumen, el alza en el salario mínimo reducirá la generación de nuevos puestos de trabajo y además llevará al cierre de algunas empresas. Ambos factores impactarán negativamente a los hondureños.
Por otro lado, si el sector informal es grande, como ocurre en nuestro caso, la situación se complica aún más. Recordemos que en dicho sector los trabajadores no reciben el salario mínimo, ni el pago de vacaciones, horas extras, auxilio de cesantía, seguro social, etc. Nuestros desempleados, y quienes faenan en el sector informal, son quienes más necesitan de nuestro apoyo y atención y a la vez son los olvidados e ignorados, particularmente en la fijación del salario mínimo. Pareciera por tanto razonable suponer que la batalla contra el desempleo y la informalidad debería ser nuestra primera prioridad, y que la fijación del salario mínimo debería hacerse considerando el impacto que tendrá en ambos. En el párrafo anterior nos referimos al impacto negativo que el alza en el salario mínimo tiene sobre el desempleo, y resulta que lo aumenta. Lo mismo ocurre con el sector informal. Cada vez que sube el salario mínimo se vuelve más difícil que quienes laboran en el sector informal puedan lograr un puesto de trabajo en el sector formal.
No cabe duda que quienes trabajan en el sector formal disfrutan de mejores condiciones de trabajo que quienes están desempleados o sobreviven en el sector informal. Siendo esto así, pareciera que quienes están en peor situación debieran ser nuestra prioridad. Esto no quiere decir que no debe aumentarse el salario mínimo; sin embargo, previo a tomar una decisión se debería contar con una medición del impacto que dicho aumento tendrá sobre la generación de empleo y sobre el crecimiento del sector informal.
No perdamos de vista que, al menos en el pasado reciente, la falta de empleo (a la cual contribuye el alza en el salario mínimo) ha propiciado la migración de nuestros compatriotas a otros países, especialmente hacia Estados Unidos. La migración se ha convertido en la variable de ajuste, en la válvula de escape a nuestras políticas equivocadas. Sin embargo, cada día es más difícil migrar y eso implica que habrá más jóvenes desempleados en nuestro país, con el consecuente deterioro del clima social y de la seguridad ciudadana.
Al final, como en muchos otros casos, hemos optado por sacrificar los intereses de los más pobres y desprotegidos por privilegiar a otros que disfrutan de mejores condiciones simplemente por razones políticas. Después de todo, los grupos organizados presionan y hacen ruido. La pena es que sucumbamos ante la presión de esos grupos sin siquiera debatir los temas racional e inteligentemente. Lo más irónico del caso es que el llamado “salario mínimo” no es el salario mínimo que se paga en el país. Si lo duda, pregunte a los desempleados o a quienes tienen que laborar en el sector informal.
El tema es muy controversial, por un lado los trabajadores se alegran del aumento de su sueldo, por otro lado el pueblo ve subir los precios de los productos que logicamente se derivan del salario pagado, Es un circulo vicioso, en la medida que se aumentan los costos, en esa medida se aumentan los precios, las empresas al pagar mas alto el salario le suben al precio de sus productos, por su lado, los trabajadores al ver subir los precios piden mas salario. ¿Acaso nadie ha reparado en este circulo vicioso?
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