El
Presidente de Guatemala, don Otto Pérez Molina, ha planteado la despenalización
de las drogas, y, según las encuestas, esa propuesta goza de mucho respaldo popular en Guatemala. Pero, ¿será que don Otto ha encontrado una
solución a nuestro más grave problema, o estamos frente a una ilusión? Me parece que se trata de lo segundo, aunque
reconozco que es difícil juzgar la propuesta debido a la falta de información
en cuanto a los detalles de la misma.
Permítanme explicar mi posición.
En primer
lugar la despenalización podría darse en toda la región, abarcando a todos los
países, ya sean estos productores, consumidores o traficantes de drogas, o
podría darse solamente en la región centroamericana. Supongamos, para comenzar, que se restringe y
se aplica solamente a Centroamérica. En
ese caso, caben dos alternativas. Se
despenaliza solamente el consumo de las drogas, o se despenaliza también el
tráfico de drogas. Si se hace solo lo
primero, entonces el tráfico continuará siendo ilegal y la violencia por el
control del nefasto negocio continuaría igual, ya que la situación en Estados
Unidos no habría cambiado y la actividad criminal e ilícita continuaría siendo
muy lucrativa. En otras palabras, lo que
lograríamos al despenalizar solo el consumo sería que se incremente el número
de personas adictas en la región y que la violencia mantenga, o aumente, su
nivel en nuestros países. Al no disponer
de los medios para brindar rehabilitación y servicios médicos para los adictos
solo habremos agravado nuestra triste situación sin haber logrado ningún
beneficio.
Supongamos
ahora que se despenaliza no solo el consumo, sino que también el tráfico de
drogas y que eso solo ocurre en nuestra región.
Nuevamente, el tráfico seguiría siendo muy rentable ya que en el mercado
de los consumidores no se procedería a despenalizar. Por tanto la lucha por el control del tráfico
continuaría igual, generando la misma violencia que ahora. La única diferencia sería que los
traficantes, salvo que se les compruebe la participación en otros delitos
penados por la ley, como el homicidio, por ejemplo, pasarían a ser respetables
miembros de nuestra sociedad. Eso
implicaría que pueden colocar sus grandes fortunas en nuestros bancos, invertir
en bienes y servicios, y participar como cualquier otro en nuestra
economía. Si bien algunos pensarán que
eso vendría a mejorar nuestra maltrecha economía, también implica que podrían
participar abiertamente, y contribuir sin tapujos, en nuestras campañas electorales,
hasta eventualmente apoderarse del
gobierno. Algunos nuevamente dirán que
eso ya ocurre y posiblemente tengan razón.
No obstante, en estos momentos su participación en nuestra política es
ilegal y rechazada por la población. Si
se despenalizara el tráfico de drogas la participación de los capos en la
política sería legal y no habría razón para que la sociedad la rechazara. La aprobación, o el rechazo, por parte de la
sociedad es un valioso instrumento que no debe ser entregado o alienado sin una
poderosa razón. Es el último bastión de
defensa con que contamos.
Cabe, por
supuesto, que la despenalización del consumo y el tráfico sea adoptada en todo
el continente, y en ese caso la idea tendría mérito. En efecto, si los países consumidores,
particularmente Estados Unidos, decidieran despenalizar tanto el consumo como
el tráfico, y trataran el tema como uno de sanidad nacional, entonces el precio
de la droga colapsaría y dejaría de ser un negocio sumamente rentable. Sucedería algo similar a lo que ocurre con el
tabaco y el alcohol, donde consorcios internacionales manejan esos negocios sin
recurrir a la violencia. Me parece que
en ese caso, y solamente en ese caso, la despenalización tendría sentido.
Lamentablemente,
parece poco probable que Estados Unidos adopte esa decisión. De hecho, ellos no ven un problema en el
consumo y el tráfico de drogas. Ni
siquiera es un tema que se mencione en la campaña presidencial y congresional
en curso. No es un asunto al que le
concedan prioridad, al igual que ocurre con todos los temas de interés para
América Latina. En estos momentos se da
una total desconexión entre nuestras prioridades y las de Estados Unidos. Siendo esto así, lo único que nos queda es
que nos apoyen para que los traficantes encuentren otras rutas más baratas y
menos difíciles para llevar su mortífero cargamento a Estados Unidos. Que nos apoyen para dificultar el ingreso de
las drogas a nuestro país y que el problema afecte a otras naciones y no a
nosotros. Por supuesto que esas otras
naciones luego presionarán para que se les ayude a evitar que las drogas
ingresen a sus países, lo cual eventualmente lleva a que el precio de la droga
aumente y a que los capos encuentren el eslabón más débil en la ruta al mercado
de Estados Unidos. Esto también implica
que nosotros seguiremos poniendo los muertos, mientras Estados Unidos pone los
dólares. Triste situación para todos
nuestros países.
Al final,
debemos agradecer a don Otto porque su propuesta puede, y debe, servir para que
todos nuestros países presenten una posición unida frente a Estados Unidos
exigiendo que tomen medidas para enfrentar el consumo en su país. Solamente así lograremos resolver esta
maldición. Si eso se hace, si mantenemos
una posición conjunta y congruente, tendremos alguna esperanza que el problema
se resuelva, y si eso se da, mucho tendremos que agradecer al señor Presidente
de Guatemala.
No hay comentarios:
Publicar un comentario