En las
últimas elecciones presidenciales celebradas en Paraguay resultó triunfador el
ex obispo católico Fernando Lugo.
Inmediatamente después de tomar posesión se supo que su verdadero
talento no residía en el ámbito político, sino que en el procreativo. En efecto, se conoció de su extraordinaria
fecundidad cuando una plétora de damas paraguayas reclamó que el ahora
Presidente reconociera ser el padre de sus criaturas. Lamentablemente, desde el inicio de su gestión
hizo gala de una incapacidad política extraordinaria, y eso sometió a presión
el sistema político paraguayo.
Pensándolo bien, no es extraño que eso sucediera. Después de todo, el seminario no ofrece la
mejor preparación para la participación en la política. Como bien dijo nuestro Señor, al César lo que
es del César y a Dios lo que es de Dios. Al final, de tanto ir el cántaro al agua se
quebró y don Fernando fue destituido por el Congreso paraguayo y sustituido por
su Vicepresidente. En los tiempos
antiguos y románticos las cosas hubieran quedado allí. Después de todo, la costumbre imperante
dictaba que no era permisible, ni aceptable, la intromisión en los asuntos
internos de los países. En nuestros
ámbitos, México elevó esa costumbre a doctrina, proclamando la “doctrina
Estrada”, y justamente basándose en esa doctrina se rehusó a expulsar a Cuba de
la OEA, alegando que solo competía a los cubanos decidir el tipo de gobierno
que deseaban tener. ¡Cuánto han cambiado
las cosas! Veamos lo que ha sucedido
ahora.
Los dueños
de la verdad, el grupo de países encabezados por Venezuela, ya han decidido que
se trató de un golpe de estado y proponen reunirse para tomar medidas en contra
del nuevo gobierno paraguayo. Sólo ellos
poseen la verdad. Solo ellos pueden
decidir cuándo se ha obedecido y cuándo se ha violado la constitución. Su sapiencia no admite errores, ni
dilaciones. Ellos son los verdaderos y fieles intérpretes de las constituciones
de todos los países del continente. En
el caso que nos ocupa, algunos de estos países reconocen que se siguió el
procedimiento constitucional, pero alegan que el juicio político se condujo
apresuradamente. ¿Quién les ha conferido
el derecho de juzgar si el proceso fue o no apresurado?
Por otro
lado, recordemos que a juicio de los dueños de la verdad los sistemas
legislativos y judiciales de los países son absolutamente irrelevantes. El poder ejecutivo de esos países
omniscientes solo le concede credibilidad a los poderes ejecutivos de los
países afectados por la crisis política.
Después de todo les preocupa que la suerte que corrió su homólogo paraguayo
les pueda tocar también a ellos. Por
tanto, hay que poner fin al regicidio antes de que otros osen seguir el mismo
camino. Desde hace algunos años se
percibe la consolidación del presidencialismo latinoamericano, donde los
presidentes, por definición, son infalibles, y donde el resto de los poderes
del estado no tienen voz, ni voto; en efecto son mudos e invisibles. Si tiene alguna duda, recuerde simplemente lo
que ocurrió en Honduras.
La lista de
los dueños de la verdad incluye a Venezuela y su cofradía, pero también a
otros, como Perú y República Dominicana cuya posición resulta más difícil de
entender. La inclusión de Cuba resalta
por el cinismo que conlleva. Cuba, el
parangón de la democracia, donde cualquier persona puede expresar su opinión
del régimen sin temer las consecuencias y cualquier grupo de personas puede
formar e inscribir un partido político, viene ahora a darle lecciones de
democracia a Paraguay. ¡Es simplemente
increíble ver el nivel al cual hemos descendido! En nuestro país, don Manuel Zelaya, experto en
derecho constitucional e internacional, después de un largo análisis ha
concluido que se trata de un “golpe de estado disfrazado”. Conociendo la acuciosidad de don Manuel, su
capacidad analítica, así como su larga y profunda formación profesional, nada
queda por agregar.
Para volver
más interesante el caso paraguayo, ni siquiera se esperó a reunir a la tristemente
célebre OEA para pedirle que investigara el caso para luego debatirlo en su
seno. Es evidente que los dueños de la
verdad piensan que la OEA es también irrelevante, y en ese caso me parece que
lo mejor sería sepultarla, sin pena y sin gloria. La crisis en
Paraguay ha desnudado, una vez más, la pobreza de la OEA.
Los países
que se precian de ser ecuánimes y respetuosos de las decisiones internas de
otros países, particularmente aquellos que han sufrido en carne propia los
desaires de los dueños de la verdad, deberían abogar porque prevalezca la calma
y el principio de la no intervención en los asuntos internos de otros. Esta es la posición digna y respetable.
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