Los recientes
acontecimientos en Venezuela deberían ser una importante y valiosa lección para
todos los políticos latinoamericanos. En
efecto, las múltiples manifestaciones y las trágicas muertes son el producto
del manejo irresponsable de la economía venezolana. La inflación, la carestía de productos en las
tiendas, y las largas e interminables filas para comprar han colmado la
paciencia de los venezolanos y les ha llevado a manifestar su inconformidad e
ira en las calles. Como he dicho en
otras ocasiones, la vieja distinción entre regímenes derechistas e
izquierdistas es ahora anacrónica. Ahora
la diferencia es entre regímenes responsables e irresponsables o
populistas. En nuestra América, dos
gobiernos son claramente irresponsables, el venezolano y el argentino. El resto, con algunos casos marginales, son
fundamentalmente responsables, incluyendo a Nicaragua, una de las estrellas en
el cumplimiento de programas con el Fondo Monetario Internacional, a Ecuador y a
Bolivia. En Venezuela, los políticos irresponsables
han creído que pueden manipular la economía a su gusto y antojo, y que eso no
tendría consecuencias. La realidad ahora
les indica otra cosa. Lamentablemente, a
esos políticos se les vuelve imposible rectificar, por lo que la crisis continuará
y se agravará, hasta que don Nicolás Maduro salga del poder. Permítanme explicar por qué.
Venezuela es uno de
los países más ricos del continente. En
la producción petrolera mundial ocupa el décimo tercer lugar. Como ocurre en casi todos los países ricos en
recursos naturales, esa riqueza se convierte en una maldición debido a la lucha
que se genera por usufructuar las rentas que se derivan de los recursos
naturales. En Venezuela esa riqueza
generó resentimiento entre los desposeídos quienes piensan que son pobres en un
país rico debido a que las oligarquías se apoderaron de las rentas. Surge así el Comandante Chávez cuyo mensaje
básicamente consistía en que las rentas pertenecerían ahora a los pobres, a los
históricamente excluidos. Hasta este punto
la estrategia tenía sentido, pero el Comandante, imbuido de la arrogancia que
genera la ignorancia, decidió que esto era insuficiente y que era necesario
convertirse en una figura mesiánica, en un Bolívar del Siglo XXI, y liderar la
lucha contra el imperio y por la implantación del Socialismo del Siglo XXI en
Venezuela y América. Consecuentemente, se dedicó a despilfarrar los recursos
venezolanos para comprar seguidores en el ámbito internacional, a controlar los
medios de producción en Venezuela, y a gastar pródigamente para impulsar sus
proyectos sociales.
Los efectos de esas
políticas no tardaron en hacerse sentir.
La producción nacional cayó a prácticamente cero. Hoy en día casi todo lo que se consume en
Venezuela, a excepción del petróleo, debe ser importado. Los proyectos sociales continúan demandando
casi todos los recursos que genera la producción petrolera, el gasto sigue
creciendo sin controles y como los ingresos son limitados, el déficit fiscal ha
alcanzado niveles extraordinarios, lo que a su vez ha llevado a una inflación
que ahora se estima en más del 50 por ciento anual. La política cambiaria ha producido varias
fuertes devaluaciones y la adopción de tasas de cambio múltiples, lo cual solo
genera corrupción. Hoy en día, en el
mercado negro el dólar se cotiza a diez veces la tasa oficial. Las devaluaciones no han logrado paliar la
escasez de dólares, lo cual, aunado al cambio constante de las reglas del
juego, han llevado a una notable caída en la importación de productos, lo cual
explica la desaparición de los bienes de consumo en las tiendas. Peor aún, la
morosidad en los pagos por parte del gobierno de Venezuela a los almacenes
ubicados en la Zona Libre de Colón, en Panamá, les ha cerrado esa puerta y forzado
al gobierno panameño a convertirse en cobrador de la multimillonaria deuda del
gobierno venezolano. Para colmo de
males, tan pronto como los productos, comprados a una tasa de cambio
irrealmente baja, ingresan a Venezuela son transportados y vendidos en las
ciudades fronterizas en Colombia. Es
decir, al final de todo el proceso, y por las medidas cambiarias absurdas y por
el control de precios que ha adoptado el gobierno venezolano, los únicos
subsidiados son los colombianos que viven en zonas fronterizas.
Mientras estas
políticas económicas perduren, la angustiosa situación que viven los
venezolanos se exacerbará. La inflación seguirá
minando el poder adquisitivo del pueblo, quien en todo caso ni siquiera
encuentra qué comprar. La inflación, la escasez,
las largas filas y la frustración del pueblo empeorarán. Agregue a eso, estimada lectora, el alto
nivel de inseguridad y violencia que padece la población, y se tiene un
excelente caldo de cultivo para la protesta que, lamentablemente, fácilmente
degenera en violencia.
La solución del
problema radica en la rectificación de la política económica, con el
consiguiente enorme costo político por la magnitud del ajuste que ahora habría
que hacer. Así que don Nicolás está
atrapado en un callejón sin salida. Si
no cambia, pierde, y si cambia, también.
Eso me hace suponer que don Nicolás tendrá que dejar la presidencia. Ya sea porque los vientos de cambio lo
obligan, o porque algunos de sus compañeros, beneficiarios de las mieles de la
revolución, prefieran forzar la salida de don Nicolás a perder los negocios y
beneficios de los cuales gozan, a pesar de que entiendan que esa solución será
efímera. Me parece que este será el fin
de uno de los regímenes más irresponsables en nuestro continente. Igual pasará
con el régimen Kirchner en Argentina, aunque en este caso, aparentemente con
menos dramatismo y dolor.
Lamentablemente la
crisis venezolana terminará afectándonos, ya que los precios del petróleo
seguramente subirán cuando la lucha intestina afecte la producción petrolera
venezolana. Peor aún será para los
países, que como Nicaragua, y especialmente Cuba, son adictos a la munificencia
del Socialismo del Siglo XXI. A ellos
les tocará volver a la realidad y hacer duros ajustes a fin de sobrevivir. Para nosotros lo importante es vernos en el
espejo venezolano y poner orden en nuestra economía.
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